Tuesday, April 7, 2009

La muerte llegó en la noche (Relato)

Bueno, este es un relato corto que escribí hace años y publiqué en algunos foros, con poca suerte, la verdad. He podido recuperarlo y, bueno pues, aprovecho para colgarlo aquí y no perderlo del todo. Era la idea inicial de un relato más extenso pero que no he llegado a desarollar, asi que tal vez más adelante lo haga, a ver qué resulta. Aunque, siendo sinceros, la historia no tiene demasiadas sorpresas, pero he tratado de que sea al menos correcta. De cuando lo escribí a la fecha le hice algunas modificaciones, supuestamente para arreglarlo algo. Si alguien tienen la gentileza de leerlo acepto criticas, sean positivas o negativas, no hay problema, no me machaquen mucho nada más, por favor. Saludos.

La muerte llegó en la noche.

La figura que surgió en medio de la noche fue humana alguna vez. Su cuerpo cubierto con algunos ropajes hechos tirones se veía destrozado en cada centímetro de piel y parecía que apenas se sostenía, mientras que el rostro lucía completamente desfigurado y con monstruosos ojos casi desorbitados que lanzaban una fría mirada, tan fría como el de una gárgola petrificada. El cráneo apenas se cubría con lo que parecía un pobre cabello enmarañado y cubierto de tierra, y las manos, como temibles extremidades, mostraban la complejidad de la estructura ósea, destinada a articular algo más bien de aspecto inerte. Sin embargo, este engendro que trascendió el umbral final, estaba allí delante de la pequeña cerca de madera, al parecer contemplando el camino que tenía delante: el sendero de ladrillos que conducía a la casa de Maria y su hijo Miguel.
Ella era una mujer sola, ya que el padre del pequeño había conformado una familia mucho antes de conocerla. Solía trabajar hasta muy tarde realizando remiendos y costuras complicadas, pues con ello obtenía algún dinero bien recibido que le permitía hacer frente a los innumerables gastos que un niño de seis años puede ocasionar. Ambos tenían allí el refugio soñado, libres de la intervención ajena que resultaba indeseada, además de evitar revivir dolorosos recuerdos en su memoria de un pasado no muy lejano, de una vida que había abandonado en busca de otra muy deseada, incierta pero inneludible: María siempre quiso ser madre. No hay sorpresa en ello, es el deseo natural de toda mujer. Pero ella, extrañamente, siempre quiso serlo a como diera lugar. Asi conoció a aquel hombre. Fuerte, sano y vigoroso, y tambien felizmente casado. Ello no importó. Era el padre perfecto para su anhelado hijo, que sería tan grande y fuerte como él, ese era el objetivo. Y si por capricho de la vida fuese una mujer, sin duda sería tan bella y osada como su madre, pocas dudas tenía en ello. Sin embargo, muy profundamente, sabía que eso no era lo que deseaba. Finalmente, el destino le dio un hijo varón. Y eso fue el mayor regalo de su vida. Cosa rara, pues recién aquella noche, María descubriría muchas cosas acerca de aquella inquietud y su significado.

Eran cerca de las once de la noche. María se encontraba sobre su mesa de trabajo avanzando las tareas del día siguiente, pero el sueño la había vencido. Su cabeza ejecutaba un pequeño movimiento en el aire y parecia golpear un muro invisible ante el cual avanzaba y retrocedía. Finalmente, una súbita reacción la trajo de nuevo a este mundo, en medio de un silencio sospechoso pues segundos antes un ligero sonido la había reanimado de su espontáneo letargo. Desconcertada, miró alrededor suyo en busca de algo que desconocía por completo.

Aquel monstruo empezó a andar al interior del jardín. Cada paso suyo era la desdicha asentada sobre la tierra cruda y polvorienta. Al interior, tras escuchar nuevamente el ligero sonido que producía aquel despojo en el piso enladrillado, Maria empezó a notar un ambiente malsano que parecía cubrir la noche. Súbitamente, cierto temor comenzó a recorrer sus principales nervios.

- ¡Miguel¡, ¡Miguel ¿estas ahí?-
Llamó, esperando una respuesta que provenga de la misma dirección de donde surgieron aquellos ruidos. Segundos después, la voz de su hijo llegó desde su pequeña habitación. Fue en ese momento que su mirada y el resto de sus sentidos parecieron entrar en completo estado de alerta. Corrió hacia la ventana y tras levantar ligeramente las persianas pudo observar hacia la derecha, a unos metros, una extraña silueta de forma humana pero desdibujada, en inquietante actitud. Y empezaba a moverse hacia su puerta.

Velozmente, Maria llegó a alcanzar la cerradura e introdujo la llave que colgaba siempre de su cintura, dando hasta tres giros rápidos, asegurando el cerrojo todo lo posible, y asimismo, colgó la cadena de refuerzo y deslizó las dos trancas que respaldaban el total hermetismo de la vieja pero sólida puerta de madera. Sin embargo, bastaron pocos minutos mientras permanecía junto a la puerta sin atreverse a ver a través de la ventana que pudo sentir el primer contacto de “aquello” con el muro a su alrededor: los rasguños empezaron a notarse levemente, como buscando descubrir lo que tenia delante. Minutos después, se produjo un silencio muy breve, triste y amargado, a la vez que expectante. Los segundos transcurrian y María empezó a preguntarse si esto no era más que la continuación de su profundo sueño. En eso, estalló el golpe macizo y contundente. Ella se estremeció ante el seco sonido de aquel golpe, el cual retumbó en el ambiente, y lo que es peor, remeció su más profundo miedo, oculto durante todo este tiempo: que ella y su hijo, solos en aquel apartado lugar, se encuentren desamparados ante la más terrible desdicha, sin nadie a quien acudir, alejados de sus seres queridos por voluntad propia, lo cual ahora parecía pesar sobre su conciencia, ya que esa extraña invasión llegaba como un maligno emisario, y se arremetía sobre su hogar.

Los golpes empezaron a ser más estremecedores. Los muros parecían temblar desde la base hasta el techo; los sonidos retumbaban en el ambiente como si se estuviese produciendo un sismo inesperado. La mirada de Maria reflejaba un total desconcierto y angustia en medio de aquella extraña incursión. Sin encontrar un lugar seguro donde esconder su frágil cuerpo, ella llegó a escuchar los pequeños pasos que se aproximaban. Era Miguel, acercándose a su madre, con llanto en el rostro.

- ¡Mamá¡, mamá¡, ¿qué es eso?
- Miguel, ¡ven aquí, ven¡

Ambos se abrazaron con todas las fuerzas de las que se sentían capaces, como si al unir sus cuerpos lograran emanar una capa protectora que pusiera fin a aquella amenaza exterior. Mientras tanto, los golpes seguían escuchándose, uno tras otro, hasta que Maria logró darse cuenta que el contacto de “aquello” con el muro de la casa lentamente se había desplazado hacia la derecha, mas allá. Hasta que, con espanto, pudo notar la sombra que se visualizaba detrás de la ventana y de las persianas, junto a la puerta. Ahora, la feroz arremetida se estrelló contra el marco de metal y contra el vidrio, reforzado con la vieja rejilla; el impacto hizo saltar pedazos de vidrio hacia el interior. Algunos barrotes de metal se doblaron sorprendentemente; un grito casi inconsciente saltó de las gargantas de ambos cautivos, mientras las lágrimas corrían por sus rostros. Miguel, tan frágil y pequeño, se sentía perdido en medio de los brazos de su madre, que a esas alturas le resultaban insuficientes.

Ver aquellos fragmentos de vidrio caídos sobre el suelo de la habitación y algunos pedazos que la habían alcanzado, prendidos de su ropa, fue lo que sumergió a Maria en un estado de resignación. Ya el mal había invadido su casa; había incursionado brutalmente. Y ella, ya estaba dispuesta a recibir la agresión que diera fin con su angustia. En medio de aquella divagación inclinó su cabeza, y lo que pudo notar fue la pequeña crisma de cabellos oscuros apretada contra su pecho, notando aquella mollera que vio por primera vez una tarde en la sala de operaciones de ese pobre hospital, cuando la enfermera tras cumplir la labor de partera cogió entre sus brazos aquella pequeña criatura, y la alcanzó hacia su madre, quien así sostuvo lo que seria el primer fruto de su vida: un hermoso bebé cuya belleza parecía borrar de un tirón toda la tristeza y el pesar de su alma, y que en adelante sería la única razón de su lucha en la vida. Pasaron los años, y el bebé creció, y se hizo más grande y muy listo aún a su corta edad, cosa que Maria siempre había esperado silenciosamente. Quizás era muy pronto para decirlo, pero para ella esto se había cumplido. Era algo que podía notarlo. Por esto, no dudó cuando la idea surgió en su mente.

Aquel torso de aspecto nauseabundo se mostraba a través de los cristales rotos y de la persiana caída de aquella ventana. Los brazos levantados asomaban amenazadores, el brillo de la luna en el exterior iluminaba como si fuese un potente reflector una escena totalmente macabra, que mostraba a un ente del infierno pugnando por cruzar la vieja ventana, estirándose mas allá del dolor, infligiéndose heridas al atravesar el hierro de la reja que aun se mantenía firme en gran parte, pero que parecía empezaba a ceder. Era un ser indescriptible ante sus ojos, una presencia sin lugar en esta realidad que sin embargo había llegado hasta su casa, la había deshecho, y ahora estaba a punto de alcanzarla y marcarla con su horrendo contacto. Hay momentos de desesperación que no dejan esperanza alguna. Maria estaba segura que hoy no escaparía con vida.

- Miguel, hijo, ¡escúchame¡.- Miguel levantó la vista espantado, pero mirando fijamente a su madre. - Vas a hacer lo que te voy a decir.

Entonces, tras un breve momento, ella notó que el silencio volvía a reinar en el ambiente. El marco de la ventana estaba destrozado, la rejilla cayó por si sola hacia el interior de la sala, rompiendo por un instante la quietud. Pero no hubo reacción exterior visible. No había nadie a la vista. Los ojos de Maria seguían atentos, clavados en aquella dirección, viendo como la noche se extendía afuera, como todas las noches, indiferente a lo que le estaba ocurriendo; el mundo seguía dando vueltas, pero para ella su mundo interior estaba siendo azotado por terribles tempestades y catástrofes. Y en eso, la cerradura de la puerta empezó a sacudirse, y luego toda la puerta se estremeció violentamente; un golpe se estrelló como lanzado con un mazo, atravesando la vieja madera que hasta horas antes a María le parecía lo más sólido que había en su casa.

Casi de inmediato, un brazo se alargó y se abrió paso entre los restos de madera y el viejo par de trancas, y el otro brazo extendió la brecha inicialmente producida dejando al descubierto la horrible presencia que se abría paso con inmortal voluntad. El cuerpo llegó a atravesar el umbral de la puerta, dejando atrás escombros y fragmentos de si mismo, colgados de algunas superficies cortantes que pendían en medio de los destrozos. Y se pudo ver con todo detalle la nauseabunda forma; el rostro deforme y carcomido por la naturaleza de la muerte; brazos y piernas sanguinolentas hechas tirones, que dejaban aborrecibles huellas sobre la superficie donde se arrastraban. La amarillenta luz de la habitación dejó en claro la monstruosidad que se erguía en medio del cuarto, y que siguiendo una coreografía infernal empezó a acercarse a Maria y a Miguel, inmóviles en medio de la sala. Hasta que en un inesperado momento se detuvo, como si hubiese vuelto a morir en aquel instante.

María aferraba con un brazo a su hijo, manteniendo la vista en aquel intruso, como esperando un determinado momento, mientras su brazo derecho parecía ocultarse detrás de ella. Fue aqui cuando, dirigiendo la mirada hacia Miguel, lo soltó rápidamente, y el pequeño corrió hacia la puerta abierta hecha pedazos, al mismo tiempo que ella se levantaba y con los brazos extendidos se lanzaba sobre esa maldición en pie frente a ella, la cual a su vez reaccionó con torpes movimientos hacia aquella mujer pero extendiendo su monstruosa mano con rapidez sorprendente, cogiendo el cuello de María, al momento que ella estaba a punto de alcanzarlo primero mientras sostenía su manojo de llaves con las puntas de metal sobresalientes a modo de cuchillas; a pesar de la sorpresa, ella las pudo clavar en una cuenca de aquel cráneo derruido, ejerciendo toda la presión posible, buscando hacer todo el daño que su fuerza pudiera ser capaz.

Mientras sentía como la presión sobre su garganta se cerraba implacablemente, un extraño liquido empezó a brotar de aquel ojo, nauseabundo y fétido, que alcanzó a salpicar sobre su rostro. Maria cerró los ojos a causa del dolor y la repugnancia, pero retiraba las llaves de la cuenca ocular y ahora las clavaba en la sien, en la frente, rasgaba lo que antes fue un rostro con toda su fuerza, mientras el dolor insoportable y la desesperación la agobiaban; sin embargo en un fugaz instante, con la vista casi nublada, pudo notar como el frágil cuerpo de su hijo había cruzado la puerta saltando al exterior en medio de gritos, pues la idea era salir en busca de ayuda. Pero ella sabía que en realidad no contaba con el tiempo necesario para sobrevivir lo suficiente. Sólo le quedaba atacar de la misma forma en que estaba siendo atacada, dando rienda suelta a una ferocidad animal para pelear por la vida de Miguel. Eso fue lo que le dio valor suficiente hasta su esperado final.

Ahora los brazos de Maria apenas golpeaban con lo que le quedaba de fuerza aquel cuerpo que la sostenía. Lo que debía ser el rostro, ahora hueso y piel carcomida, con una mandíbula apretada hostilmente, se mantuvo a pocos centímetros de su cara, y empezó a emanar aquel terrible olor de lo putrefacto con una intensidad asfixiante. Entonces, ella pensó que, realmente, era la muerte quien la envolvía, la apretaba y ahora la ahogaba sin la menor tregua; no era un espectro con una guadaña, era algo mucho peor, horriblemente peor. Y lo que siguió fue el acto más atroz del cual tuvo conciencia. Aquella mandíbula monstruosa se abrió y se clavó en su boca, como si fuese un beso de muerte lleno de dolor, un dolor tan agudo que invadió su interior mientras la sangre corría sin parar desde sus labios destrozados y su lengua arrancada ahí dentro, e iba por su cuello, deslizándose sobre sus senos, que se encontraban erectos, siguiendo por encima y por debajo de su ropa, hasta inundar el resto de su cuerpo mientras se estremecía. Sintió que la muerte era implacable, y que no había lugar en el cual uno pudiera esconderse, pues siempre encontraría el camino. No vio una brillante luz, no sintió que su alma se desprendiese de su cuerpo, sólo vio y sintió oscuridad y dolor, y fue tanta que llenaron su conciencia por completo. Ese era el final del camino, y lo había tomado por su hijo, por ser el único amor que dejaba en la vida, y ello era suficiente para cualquier sacrificio. Y allí, en medio de aquella oscuridad que la rodeaba, y tras lo que pareció ser una eternidad, una voz empezó a escucharse. Un sonido de formas caprichosas que fue tomando concreta hasta convertirse en un completo mensaje, claro y preciso, expresado ante un entendimiento inexplicable para ella, pero que fue más contundente que una orquesta tocando en un teatro solitario:

- Ahora eres parte de mí. Eres lo que estuve buscando.

Aquel mensaje fue expresado claramente, más aún que cualquier otro que hubiese recibido en vida, pero de ésto ya no había recuerdos.

- Nada nos detendrá. No hay pesar, ni dolor. Sólo este deseo. El mismo que me atrajo a tí.
El sufrimiento había terminado. No importaba el dolor, ni la tristeza. No importaba Miguel, ni su familia, ni el dinero que les había robado para criar a su hijo. Ni el dolor de su hermana al ver cómo destruía el hogar con aquel bastardo. Huyendo de ella, de su madre y de todos, por alejarse para empezar una nueva vida, a costa de ellos y muy a su pesar. Todo eso ya no importaba.

Mientras tanto, desde lo alto de una colina teniendo a la vista su hogar, Miguel, aún lloroso pudo ver en medio de la intensa noche a dos figuras de extraños movimientos, abandonando lo que era su casa, yendo hacia el campo de abundante vegetación. Y como punto final a su inocencia, una estremecedora idea comenzaba a apoderarse de su mente, y más tarde, de sus pesadillas.

No comments:

Post a Comment